divendres, de febrer 08, 2008

VIENTOS DEL PUEBLO ME LLEVAN

Vientos del pueblo me llevan,
vientos del pueblo me arrastran,
me esparcen el corazón
y me aventan la garganta.

Los bueyes doblan la frente,
impotentemente mansa,
delante de los castigos:
los leones la levantan
y al mismo tiempo castigan
con su clamorosa zarpa.

No soy un de pueblo de bueyes,
que soy de un pueblo que embargan
yacimientos de leones,
desfiladeros de águilas
y cordilleras de toros
con el orgullo en el asta.
Nunca medraron los bueyes
en los páramos de España.

¿Quién habló de echar un yugo

sobre el cuello de esta raza?
¿Quién ha puesto al huracán
jamás ni yugos ni trabas,
ni quién al rayo detuvo
prisionero en una jaula?

Asturianos de braveza,
vascos de piedra blindada,
valencianos de alegría
y castellanos de alma,
labrados como la tierra
y airosos como las alas;(...),
vais de la vida a la muerte,
vais de la nada a la nada:
yugos os quieren poner
gentes de la hierba mala,
yugos que habéis de dejar
rotos sobre sus espaldas.

Crepúsculo de los bueyes
está despuntando el alba.
Los bueyes mueren vestidos
de humildad y olor de cuadra;
las águilas, los leones
y los toros de arrogancia,
y detrás de ellos, el cielo
ni se enturbia ni se acaba.
La agonía de los bueyes
tiene pequeña la cara,
la del animal varón
toda la creación agranda.

Si me muero, que me muera
con la cabeza muy alta.
Muerto y veinte veces muerto,
la boca contra la grama,
tendré apretados los dientes
y decidida la barba.

Cantando espero a la muerte,
que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles
y en medio de las batallas.

Miguel Hernández

1 comentari:

Anònim ha dit...

Hola Miquel,
de vegades em passe per ací, però mai no m'havia decidit a escriure't (a tu i a la resta de gent que acostuma vagarejar pe aquest safareig virtual i cibernètic, que és com una mena d'indret on vinguem a rentar la roba dels pensaments i dels sentiments sense rentar-la de veritat). El que et volia dir és que els bons pensaments, les bones intencions, només són bons quan tenen alguna repercussió, quan estan vinculats al que passa a la vida de la gent.
Veig com proliferen "blocs": tothom pensa que té alguna cosa a dir, però pocs pensen que encara resta molt per fer i molts menys encara són els que es posen a fer, més que siga una xicoteta acció. En definitiva, tant d'esforç per a què? per a qui?
Com que no tinc massa paraules et deixe un text d'un amic, Santiago Alba, que en parlar sobre el poeta Ko Un ve a dir quelcom paregut. Endavant amb el "bloc", però no oblides que el viatge que tenim és llarg i cal més companyia que un teclat i un monitor.

[Santiago Alba Rico
Ladinamo

Comunicar, decía Rafael Barrett, es expresar lo común. En este sentido, los dos grandes medios de comunicación de la humanidad son la guerra y la poesía. La guerra, con su creciente neutralidad tecnológica, generaliza la ruina, universaliza el instinto, destapa el olor salvaje y marrón que nos une a los perros, restablece –en fin- el cero vesánico contra el que una madre cose un vestido y un albañil coloca un ladrillo (y una lengua defiende un saludo). La poesía, a punto de perder su pugna eterna con la propaganda, amenazada por la distinción de los uniformes, sigue tratando “de cosas primordiales y convencionales”, si es que hemos de estar de acuerdo una vez más con Chesterton. Poeta no es el que acumula más y más palabras para expresar sentimientos privados e innombrables sino el que sabe liberarse de tantas como haga falta para desprender –de un solo golpe- imágenes comunes; el que sabe renunciar a lo que sabe para descargar en el aire una concreción compartida. O por decirlo con el poeta coreano Ko Un (Revista Minerva, mayo 2007), “el que retrata una porción máxima de universo con una cantidad mínima de palabras”. Mientras que la guerra comunica la unión que nos separa, la poesía comunica esa distancia que nos une y que de otra manera llamamos sencillamente arroz (o pan o estrella o pez o espalda).

Hubo una gran guerra mal llamada Segunda y bien llamada Mundial que acabó –en medio de un gran resplandor inaugural- con todas las diferencias. Esa guerra comunicó Alemania con Egipto, Francia con la India, Marruecos con Australia, Inglaterra con Corea y de alguna manera, después de ella, es más fácil traducir de unas lenguas a otras: hay parientes de muerte como hay parientes de leche y ese nuevo parentesco negro no tiene ya más límites que la especie. De esa Guerra Mundial y su olor perruno (que siguió y sigue azotando su país) salió baldado Ko Un y contra ella tuvo que recorrer 10.000 vidas (título de uno de sus libros: Madrid, Verbum 2004) antes de agavillarlas todas en un poema. Nihilista suicida, monje budista, militante de izquierdas, Ko Un acabó por encontrar esas cuatro palabras coreanas que pueden traducirse a cualquier idioma sin necesidad de misiles y explosiones. Su antología Fuente en llamas (Ourense, Linteo 2005) nos ofrece algunos ejemplos contagiosos. “¡La sirena del barco en la noche!/ Quiero marcharme./ Pero arreglo el edredón de mi niñito/ y lo arropo nuevamente”. Hay que ser muy coreano para ser tan español. O también: “Un mosquito me ha picado./ ¡Gracias!/ Estoy vivo”. Hay que ser muy coreano para ser tan francés. O también: “Vivir, luego morir, es una cosa maravillosa,/ pero de todo,/ ¿no será sembrar lo más valioso?/ Aun cuando esas semillas sean las de la maldad,/ cuando la maldad crece,/ los hombres verdaderos luchan contra ella;/ y si esa pelea se extiende hasta el fin de la tierra/ será espléndido”. Hay que ser muy coreano para ser tan terrestre.

“Un poema sólo puede serlo verdaderamente cuando las cuestiones personales se solapan con las públicas”, dice Ko Un en la revista Minerva. Pero la guerra avergüenza y empequeñece a los poetas. “A menudo me pregunto qué hemos hecho los intelectuales por la humanidad y la respuesta es deplorable: prácticamente nada”. Este reproche da toda la medida de la grandeza y de los límites de la poesía; también de la necesidad de custodiar en general los límites. La poesía es conservadora porque conserva la distancia que nos une y la posibilidad de traducirla; porque protege la palabra arroz y su concreción compartida; porque desempolva y restaura de noche lo que las bombas (también las periodísticas) ensucian y destruyen de día. No es poco. Lo primero que destruye una guerra no es la verdad sino el lenguaje mismo. La guerra continúa. La poesía debe seguir su pista y levantar a sus víctimas. Porque la supervivencia es –hoy más que nunca- una cuestión de comunicación.]